Pero ya es innegable que debe tener algo que ver con la bandeja que transportas suavemente por el pasillo que nos ha visto comernos vivos hasta la cama, con pan recién tostado y café recién hecho con esas manos grandes, que me acarician la vida después del desayuno, que me despiertan rodeándome, transformándome en mi versión vulnerable.

Tiene que ser algo comparable a las despedidas de película que tenemos,  algo así como mis rodillas en tu cadera, similar a tus dientes atrayendo tiernamente mi labio inferior, equiparable a las milésimas de segundo que tardas en girarme del brazo para apretarme contra tu pecho y besarme sin posibilidad de escape.
Salvajemente.

Podemos susurrarnos la historia de nuestros fracasos, enredados hasta que anochece en un banco de madera. Puedo ayudarte a cocinar en lencería, rodeados de tensión sexual, y podemos darnos a ella.
Eres capaz de aspirar el vacío habitual de mis domingodespertándome con un princesa y machacándome con un mía de madrugada 

Quédate en otoño.
Protégeme de nada.
Pide postre para dos.
Viaja conmigo para no salir de la habitación.





  
                                              Algún día entenderas que aunque te diga que te vayas, solo quiero que te quedes a mi lado.

0 Opinions:

Publicar un comentario