¡Que
yo tampoco sé vivir, estoy improvisando!
-¿Quieres
desayunar?
-¡Pero
si son las tres de la tarde!
-¿Y?
Siempre es buena hora para comer tortitas y huevos revueltos.
Los
poetas casi siempre describen el amor como un sentimiento que escapa
a nuestro control, que vence a la lógica y al sentido común. En mi
caso, fue exactamente así. Yo no esperaba enamorarme de ti y dudo
que tú tuvieras previsto enamorarte de mí. Pero cuando nos
conocimos, ninguno de los dos pudo evitarlo. Nos enamoramos a pesar
de nuestras diferencias y, al hacerlo, creamos un sentimiento
maravilloso.
En
algún momento me perdí. Tenía muchas cosas en la cabeza. De modo,
que cambié. Me convertí, en Colón, en una exploradora, aprendí
algo que hubiera resultado evidente incluso para un niño. Que la
vida simplemente es una colección de pequeñas vidas y que cada una
de ellas dura un día. Que debíamos dedicar cada día a buscar la
belleza en las flores, en la poesía, y a conocer a los demás. Que
no hay nada como una jornada empleada en soñar, en disfrutar de la
puesta del sol o de la brisa fresca. Pero, sobre todo, aprendí que
para mí vivir es sentarme en el borde de mi cama, con la mano en su
rodilla.
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